jueves, 18 de septiembre de 2008

El silencio de las olas

Cuando uno se arremete contra ese universo lleno de partículas, ve su propia alma y se siente dueño a la vez de todo y de nada. Sientes los pies húmedos de la tristeza, y por la piel sólo te abraza firmemente los rayos indiferentes del sol.
Cuando ingresas al suburbio acuático, la melancolía flota, el cuerpo se abstrae, el silencio te habla. Pero sigues siento tú, abres los ojos tanto que logras estirarlos y vez, en la fiel transparencia, tu imagen, ésa que te mira extrañado pero que de inmediato te reconoce y te increpa por hallarla en el lugar menos apropiado. Le quieres hablar, pero tus palabras se consumirían y si lloras, por desahogo, sería en vano pues una gota más al mar, seguro que ni se inmutaría. Sigues inmerso en el sublime hogar, en el silencio de las olas. Sabes que la estadía es corta y decides estar entre el cielo y el mar, sales y un baile tierno te hace optar por ir al terreno servible e inhabitable a la vez; si pudieras abandonar el mundo como es, podríamos dejar los males y sus maldades. Pero no, no podemos, debemos respetar el autoritarismo de la naturaleza y ser lo que somos.
Cuando sales de tu breve hogar y le das la espalda al mar, sólo las olas te despiden y es que saben que regresarás por cualquier estacionaria razón. Lo harás, y una vez más comprenderás porqué las olas guardan tiernamente su silencio. El sabio silencio para verte cada vez.
Harry Cañari-Atoche

1 comentario:

Anónimo dijo...

O el sabio murmullo del adiós temporal.

Carol.